martes, 23 de octubre de 2012

Cómo alejar democracia y populismo

Hace una semana debatíamos aquí sobre lo sencillo que les resulta a muchos políticos usar el populismo en su beneficio con el objetivo de conseguir votos y perpetuarse en el poder. Hablábamos de que la solución a este fenómeno debería ser mejorar la calidad de la democracia y no tanto la cantidad o la frecuencia en la que pedimos opinión al pueblo. 

Podría parecer que consultar a la población todas aquellas cuestiones que el poder considere oportunas resulta beneficioso para la buena marcha de un sistema soberano. Y sería así si estas convocatorias no se llevaran a cabo de manera electoralista. Es decir, si los gobiernos buscasen la opinión del pueblo en aquellos temas que consideren trascendentes y no únicamente en los que les ayuden a reafirmarse en el poder. Y es que el principal problema de aumentar los referendos es el uso político que se podría  hacer de ellos.



Álvaro Uribe, expresidente colombiano, intentó consultar en un referéndum si la población estaba de acuerdo con que el presidente del país se pudiese presentar a las elecciones presidenciales tantas veces como quisiese. Esto, que parece muy democrático, es un arma de doble filo. Y es que si los votantes hubiesen concedido su deseo a Uribe, éste podría haberse perpetuado en el poder mientras consiguiese persuadir a la población de que no existe mejor candidato que él, algo que en países de sistemas democráticos tan débiles como los sudamericanos es factible y peligroso. Y así lo consideró el Constitucional colombiano, que evitó que se celebrase el referéndum ya que se podría alterar con ello el orden democrático. ¿Y si en el siguiente referéndum se les hubiese preguntado a los votantes sobre la posibilidad de que Uribe se mantuviese en el poder de por vida anulando las elecciones? El Estado debe poner límites a esto. 

Pero para que la nación pueda contar la autoridad necesaria para hacerlo es obligatorio que el colectivo que escoja a sus gobernantes tenga la capacidad de hacerlo. Que la población global de un país participe en la vida política diaria es un peligro enorme. Los defensores del “que vote todo el mundo todas las veces que sea necesario” se olvidan de lo que mueve el populismo y de que las masas pueden llegar a ser muy peligrosas para la propia democracia. ¿Alguien duda de que en un referéndum se pueda llegar a votar a favor de eliminar Congreso y Senado, dentro de un contexto de descontento social? Sin duda podría pasar. Y también que el paso siguiente sea que quién sustituya a ambas cámaras sea un caudillo. Un político con carisma que disfrace con democracia lo que en realidad sería dictadura.

Por ello llevo tiempo planteando que no todo el mundo debe votar. Los ciudadanos debemos tener la opción de poder votar, eso sí, pero esto no significa que todos tengamos que hacerlo. Así, y apoyándome en las teorías del incomprendido John Stuart Mill, a aquella gente que pase olímpicamente de la política no se le permitiría votar, ni tampoco a aquellas personas que reciben en su casa los programas políticos de los diversos partidos y ni los abren. Y mucho menos a la gente que cambia de canal y se cruza de acera cuando divisa a lo lejos cualquier tipo de información política

Mi propuesta es que antes de cada elección tenga lugar un pequeño y básico examen tipo test a cada votante potencial para que demuestre que domina de manera general los programas de los diversos partidos que se presentan. Si el ciudadano pasa esta prueba podrá votar, pero si no es así no tendrá derecho a asistir a las urnas el día de las elecciones. De este modo los partidos políticos se preocuparían mucho más en comunicar sus propuestas electorales para que todo el mundo las conociera, de tal forma que sería más difícil que no las cumpliesen una vez en el Gobierno, ya que si así fuese quedarían retratados. Y por supuesto los resultados electorales no se verían deformados por el voto de la gente que escoge a un candidato por inercia, por prejuicios o por desinformación.




Por supuesto se trata de una idea en la que aparecen muchos matices que perfeccionar y dudas que solventar, pero con ese formato mejoraríamos claramente la clase política de nuestro país, que pasaría a estar mucho más capacitada para gobernar. Una vez hecho eso podríamos comenzar a hablar de aumentar la frecuencia con la que la gente pueda ir a votar. Pero antes de mejorar cuantitativamente la democracia es necesario aumentar la calidad de la misma.

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