martes, 31 de enero de 2012

Los intereses de El País y los intereses de Chacón

Resulta curioso leer en El País el reportaje titulado Chacón & Compañía, firmado por Luis Gómez pero reivindicado por toda la redacción del periódico. Es decir, no se trata de una opinión personal del autor, sino de una información de la que se hace cargo la empresa.

En este extenso reportaje se reivindica la figura de Rubalcaba contraponiendo su calidad política a la de Chacón. O mejor dicho, a una imagen de Chacón creada por el autor a conciencia con la intención de desautorizarla ante el lector. La candidata a ostentar la Secretaría General del PSOE aparece como una mujer que depende completamente de su marido y que se encuentra insertada en un entorno que la considera una mera herramienta para alcanzar sus objetivos.


 

Carme Chacón (o Carmen Chacón, como le gusta que le llamen ahora) está casada con Miguel Barroso, ex director de Comunicación de Zapatero y ex secretario de Estado de Comunicación. Al parecer, este hombre mantiene relaciones muy activas con Jaime Roures, uno de los peces gordos de Mediapro y por lo tanto responsable del devenir de medios como Público y La Sexta. En este círculo también surge la figura de Javier de Paz, amigo personal de Zapatero y persona de influencia en la cúpula de poder del anterior gobierno. La intención del reportaje de Luis Gómez es la de asociar a Chacón con la política de Zapatero e insinuar que se encuentra subordinada a los intereses de Mediapro, grupo de comunicación que prácticamente fue fundado por el ex presidente del gobierno.

Lo relevante todo esto no es la campaña de desprestigio en sí que ha iniciado El País contra Chacón, sino las razones de la misma. El grupo PRISA en su totalidad compite en el espectro comunicativo con los medios de comunicación más cercanos a la derecha, eso parece claro. Pero es aún más obvio que sus verdaderos competidores, los que le quitan clientes, son los periódicos, radios y televisiones que luchan por penetrar en la izquierda ideológica española. La Sexta, por lo tanto, competía de tú a tú con Cuatro, mientras que Público era el principal responsable de la pérdida de lectores de El País.



Otra de las finalidades de tan agresivo artículo es la de alabar la independencia y la experiencia de Rubalcaba ante el continuismo que según este periódico llevará a cabo Chacón si lucha por llegar La Moncloa en 2016.

El País parece haber iniciado así una peligrosa batalla contra Chacón, con el fin de colocarse en primera fila de las preferencias de Rubalcaba si este consigue imponerse en el Congreso de Sevilla, lo que además beneficiaría a El País ya que con esto se conseguiría el fin de los favores hacia Mediapro. Sin embargo, Rubalcaba por ahora se ha desvinculado de estas informaciones, fiel a su línea de tender la mano a Chacón, que gracias a los muchos apoyos con los que cuenta en el PSOE promete dar guerra hasta el final.


Lo que parece claro es que El País ya ha levantado sus cartas. Parece que PRISA apoyará abiertamente a Rubalcaba y que lo hará a costa de desprestigiar a Chacón. La pregunta es qué pasará si Chacón se impone al ex ministro de Interior y sobre todo si llega a La Moncloa. Parece que Chacón dejará a un lado a El País y apostará por los medios de comunicación de Mediapro (hoy incluso ha concedido una entrevista a Ferreras en La Sexta). ¿Qué hará entonces El País? ¿Cambiará de intereses con otro artículo firmado pero de carácter netamente editorial? ¿Se mantendrá firme en sus críticas a Chacón o atribuirá las mismas a Luis Gómez como opinión particular dentro del periódico, y sostendrá que no es una información respaldada por PRISA? Una cosa parece clara, la guerra de intereses ha comenzado y es posible que más de uno cambie de bando cuando el viento deje de soplar a su favor.

viernes, 20 de enero de 2012

La decisión del comandante

Todo lo que engloba a la política es institucional, pero no todo lo que es institucional engloba a la política. Al menos no directamente. Y como mi misión es hablar sobre aquello que atañe al ámbito político o institucional, el hundimiento del crucero Costa Concordia cerca de la isla de Giglio me ha dado la excusa perfecta para hacerlo.

Y es que, aunque pueda parecer que solo las decisiones políticas son las que pueden hacer rechinar los engranajes de la opinión pública, existen ciertas aspectos a nivel institucional que son capaces de crear más comentarios que un discurso de Rajoy.


Hablo de la decisión del comandante del crucero hundido de avisar con una hora de retraso a los equipos de rescate. Pongámonos por un momento en la piel de ese pobre hombre, que ve cómo por una mala decisión personal su enorme barco, con más de 4.000 personas a bordo puede irse a pique. Nada más chocar con la dichosa roca, y con un boquete en el caso de casi 70 metros en el casco, el comandante sabe que es hombre muerto. La compañía lo despedirá con total probabilidad ya que los daños materiales ocasionados al crucero son de un enorme valor económico. Eso es algo que el señor comandante ya no podía evitar.

Pero mientras se encontraba acodado en la barandilla del barco, observando lo que acababa de provocar, se le planteaban dos opciones. La primera de ellas era avisar a las autoridades para desalojar el barco inmediatamente. Otra era la de intentar llevar el crucero a la costa e intentar que todos los pasajeros pisaran tierra los más rápido posible, evitando así que los medios de comunicación hiciesen de aquello un circo.


El comandante apostó por la segunda opción. Una vez acabada su carrera profesional, al menos intentó que su reputación no se viera enormemente afectada y que se enterase de aquello la menor cantidad de gente posible. Si el barco lograba acercase a la isla y todos los pasajeros pisaban tierra sanos y salvos, los medios de comunicación solo tendrían el titular de que un crucero con más de 4.000 personas fue desalojado por precaución. Usando bien el arte de mentir, podrían incluso decir que fue una falsa alarma, y reparar posteriormente el boquete de 70 metros en secreto.

Pero del dicho al hecho, como decía mi madre, hay un trecho. A pesar de que el comandante intentó acercar al barco lo más posible a la isla, la situación era ya insostenible y una hora después del choque, se vio obligado a llamar urgentemente a los equipos de rescate. Probablemente fue presionado, en su ceguera, por el resto de la cúpula directiva del barco. Finalmente cedió pero con ello no evitó seis muertes, cientos de heridos y la enorme repercusión mediática que el hecho ha tenido. Y para colmo, este individuo abandonó el barco antes de que gran parte de los pasajeros fueran rescatados.


Es decir. El comandante provocó el choque con las rocas por una mala decisión personal, demoró la llegada de los servicios de rescate por una mala estrategia mediática, y para colmo abandonó a sus pasajeros, en contraste con el capitán del Titanic, que nunca lo hizo. La decisión institucional que tomó no pudo ser más errónea, y ahora conviene observar como la compañía enmienda errores y lleva a cabo una campaña para intentar atraer a los millones de potenciales pasajeros que seguramente hayan decidido no viajar con jamás en un crucero de la misma cadena. Probablemente todo empiece con una bajada de precios bestial.

martes, 3 de enero de 2012

Cambiar la educación para mejorar la democracia

En la actualidad es habitual defender la necesidad de realizar más consultas populares, o lo que es lo mismo, una ampliación del directismo político. Se reivindica que el conjunto de la población debe opinar de manera asidua sobre los asuntos que atañen al Estado. Sin embargo, antes de plantearnos esa cuestión, sería conveniente preguntarnos si la población en su conjunto tiene capacidad suficiente como para intervenir en el día a día de la agenda política.


La realidad es que dudo mucho que un gran número de ciudadanos pudiese decidir con un criterio razonable sobre política exterior, estrategias energéticas o posibles variaciones de la ley electoral, por ejemplo. No es esta una crítica a la potencial capacidad intelectual de la población, ni mucho menos. Es una crítica al sistema educativo que se nos plantea desde el poder y que viene respaldado en muchos casos por los medios de comunicación.

No me cabe duda de que si a partir de los once años (por ejemplo) se profundizara más en conocer el espectro político que nos rodea, la gente estaría mejor preparada para debatir. Saber lo que es el Senado, el socialismo, el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional debe ser algo elemental para los alumnos que finalizan la educación obligatoria. Es necesario completar los conocimientos técnicos del alumno con un aprendizaje útil, que le sirva para comprender el mundo que le rodea. Un licenciado en Químicas puede ser magnifico en su rama y estar al mismo tiempo completamente manipulado por los medios. El problema es que quizá a los poderosos no les interese que la población maneje otro tipo de información. Por ello, tanto los políticos como los medios obstaculizan ese conocimiento "útil" o "pragmático".


Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns, la sociedad teledirigida, explica a la perfección lo que estoy exponiendo. Y como su forma de enunciarlo siempre será mejor que la mía, aquí dejo un extracto de sus interesantes pensamientos.

“Cuando se libraba la batalla de la ampliación del sufragio, a la objeción de que la mayoría no sabía votar y, por tanto, no era capaz de utilizar este instrumento, se respondía que para aprender a votar era necesario votar. Y a la objeción de que este conocimiento, este aprendizaje, no progresaba, se replicaba que los factores de este bloqueo eran la pobreza y el analfabetismo; de lo cual se podía dudar. Por otra parte, nos encontramos ante el hecho de que la reducción de la pobreza y el fuerte incremento de la alfabetización no han mejorado gran cosa la situación.

Se entiende que la educación es importante. Pero también es fácil comprender por qué un crecimiento general del nivel de instrucción no comporta por su mismo un incremento específico de ciudadanos informados sobre cuestiones públicas; lo cual equivale a decir que la educación en general no produce necesariamente efecto arrastre alguno sobre la educación política. Por el contrario, cada vez más, la educación especializa y nos limita a competencias específicas, aunque, en hipótesis, tuviéramos una población formada por licenciados, no está claro que por ello habría un incremento relevante de la parte de población que se interesa y especializa en política.”