martes, 23 de julio de 2013

Aplazando los problemas

Desde aquí llevo tiempo hablando sobre la necesidad de la creación de planes generales para la prevención del suicidio. Sin embargo, es difícil encontrar medidas de este tipo, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, y el suicidio continúa de este modo siendo silenciado a pesar de las graves cifras de muertes de este tipo que se producen cada año.




No obstante, la crisis económica se ha relacionado con un aumento en las cifras suicidios, que en algunas ocasiones parecen ligados a las miserias de la mala situación que atravesamos. Y aunque esto no es del todo cierto, la clase política ha decidido hacer algo al respecto para calmar al pequeño sector de la población que denunciamos esta situación. Así, hace meses Rosa Díez presentaba en el Congreso un plan que buscaba elaborar medidas para reducir la muerte por suicidio. Esta genial idea aún no ha ofrecido conclusiones, y si pudiese apostar, lo haría a que UPyD se apuntó el tanto de preocuparse por los suicidios para después olvidarse del tema.

El caso es que en Corea del Sur sucede algo parecido. Se trata de uno de los países con mayor tasa de suicido del mundo y sus dirigentes políticos han decidido tomar medidas. Existe un puente en Seúl famoso porque mucha gente lo utiliza para acabar con su vida, el llamado Puente Mapo. Pues bien, las autoridades surcoreanas han decidido incorporar unos sensores con un sistema de luces y sonidos que disuadirían a un suicida potencial de lanzarse al vacío.




¿Es una buena medida? Bueno, sin duda es mejor que nada y probablemente se obtengan resultados, como por ejemplo que la gente que ha decidido quitarse la vida cambie este puente por otro. Eso sí, las estadísticas en esta infraestructura se reducirán tremendamente y el Puente Mapo dejará de ser conocido por sus muertes, que es lo que seguramente preocupaba a los políticos de Seúl. Acabar con el problema del suicidio es demasiado complicado y abarca demasiados ámbitos, opinarán. Mejor colocamos estos sensores, difundimos nuestra idea, nos mostramos comprometidos con el problema del suicidio y nos lavamos las manos, concluirán. Y mientras tanto, miles de personas se seguirán suicidando en otros tantos puentes de Seúl. Pero esos ya no serán noticia.

viernes, 5 de julio de 2013

Democracia selectiva

“Esto no es una toma de poder, estamos colocando la revolución de nuevo en el camino correcto”, se escuchaba ayer en la plaza de Tahrir tras el golpe de estado militar que depuso de su cargo al presidente de Egipto, Mohamed Mursi. Éste, que fue elegido democráticamente hace más de un año con un 51% de los sufragios, se ha enfrentado a multitud de protestas procedentes de los sectores laicos del país debido a sus medidas religiosas, al fracaso económico y a la escalada de poder de los Hermanos Musulmanes, organización islámica de la que Mursi forma parte.

“La revolución no debe seguir este camino”, se insistía en Tahrir, y tras el golpe de estado parece que se reencauzará según los planteamientos laicos. El problema es el siguiente: en la revolución también participaron los Hermanos Musulmanes y tras ésta fueron ellos los que se alzaron con el poder legítimamente. De modo que, ¿quién decide que la revolución correcta debe ser laica? ¿Si la mayoría del pueblo apuesta por ello, por qué no puede convertirse Egipto en un país islámico?. “A esto se le llama democracia selectiva”, apuntaba Mursi. Y no le falta razón.


Desde el punto de vista occidental cuesta alinearse con un golpe de estado. Porque, no seamos hipócritas, lo sucedido el miércoles en Egipto lo es. Sin embargo, el miedo a que el islamismo llegue al poder nos hace dudar. El problema es que no somos nosotros los que debemos decidir, sino Egipto. Y allí ya decidieron.

Difícilmente veremos a líderes políticos europeos condenar este golpe de estado. Ni locos se asociarán con los islamistas. Tampoco parece que vayan a respaldar a los militares puesto que de hacerlo refrendarían que fuesen las protestas sociales las que marcasen cuál es el camino. Y de ser así, en España podríamos asimismo llegar a la conclusión de que Rajoy no es nuestro camino. ¿Cómo podría entonces Floriano pedir que se respetase la democracia en nuestro país si ellos mismos respaldasen el golpe de estado en Egipto?. Cómo bien afirmaba Luz Gómez en El País, “o se secuestra definitivamente la democracia, y eso previo derramamiento masivo de sangre, o habrá que dejar que los islamistas gobiernen en Egipto. Son las urnas las que ponen y quitan presidentes y gobiernos. Olvidarlo siempre sale caro”.


¿Es necesario que militares y manifestantes se alíen para expulsar a los islamistas del poder? ¿Qué vendrá después? ¿Es preferible un régimen parecido al anterior para reprimir las aspiraciones religiosas radicales, aunque ello implique una completa falta de libertad? Parece una contradicción que Tahrir exigiese libertad a Mubarak y que ahora sea la propia revolución la que impida que los Hermanos Musulmanes lleven a cabo aquello que se concretó en unas elecciones libres. Lo cierto es que ambos bandos parecen condenados a enfrentarse tras el golpe de estado, a no ser que se reprima a los extremistas, lo que atentaría totalmente contra el espíritu de la revolución.

Lo que parece claro es que Tahrir ni puede ni debe decidir de manera anárquica qué viraje debe llevar a cabo Egipto. Pero los islamistas tampoco se pueden permitir ignorar al numeroso sector laico egipcio. La solución es tan sencilla como difícil de llevar a la práctica: el islamismo moderado. Pero estas dos palabras siembran dudas. ¿Puede moderarse el islamismo? ¿Cómo se relajan las creencias religiosas? Como podéis comprobar, existen más preguntas que respuestas. Y ese es el origen del problema.