Y así tenemos lo que tenemos, una clase política incapaz de convencer. Uno se espera que Gallardón, Rubalcaba, Wert, Montoro, Cayo Lara o Rosa Díez expliquen qué sucede, por qué sucede y cómo cambiarlo de manera clara, elegante y acertada. Nada más lejos de la realidad. La comunicación política de nuestro país se basa en el “y tú más”, el “yo no”, el “Virgencita, Virgencita que me dejen como estoy” y el “da igual, si no se van a enterar”. Eso ha funcionado durante mucho tiempo. Pero la crisis ha traído consigo algo bueno, y es el cabreo que se cuece en la calle y que se dirige contra los políticos, la monarquía y todo aquel que sigue usando herramientas de ayer para la realidad de hoy. Los políticos son trapecistas que caminan por una cuerda cada vez más fina, y en el foso está el pueblo, esperando a que caigan. Y esa clase política, en vez de frenar e intentar reinventarse, sigue adelante perdiendo el equilibrio a cada paso, cerrando los ojos y rezando por no caer.
Sólo así se explica que venga IU en Andalucía a decir que votaron a favor de subirse las dietas porque “no lo entendieron bien”. O que Ana Mato afirme que no sabía de dónde venía el dinero con el que se fue de viaje a Disneyland París. O que el PP califique como “error contable” los pagos a Blesa. O que la política autonómica, provincial y local en cada rincón de España repita a pequeña escala las pantomimas que vemos en el Congreso y el Senado.
No sé, quizá hace décadas sucedía lo mismo, pero al menos se curraban las excusas. Ahora no sólo nos expolian, que ya es grave, sino que además nos toman por imbéciles. Fingir incredulidad para evitar dar explicaciones. Esa es la comunicación política en la España del siglo XXI.