viernes, 31 de mayo de 2013

Hacerse el tonto, la nueva forma de comunicación política

Olvídense. No van a volver. Puede usted, si quiere, leer discursos de hace 30 años, estudiar historia de comunicación política o incluso viajar a otros países para comprobar si allí las cosas son de otra manera. Pero a España descártela. Los años de grandes discursos políticos, brillante oratoria y representantes del pueblo honorables se han ido y difícilmente volverán. Probablemente sucedió hace más de dos décadas, cuando este país se acomodó en la buena vida. Nuestra nación llevaba siglos buscando tranquilidad, y cuando en los años de la Transición pareció encontrarla, perdimos a cambio la crítica, la rabia, la exigencia a los de arriba. Esto a su vez conllevó que los políticos se enmarcasen dentro de la teoría de pan y circo, con cada vez menos pan y con mucho más circo.


Y así tenemos lo que tenemos, una clase política incapaz de convencer. Uno se espera que Gallardón, Rubalcaba, Wert, Montoro, Cayo Lara o Rosa Díez expliquen qué sucede, por qué sucede y cómo cambiarlo de manera clara, elegante y acertada. Nada más lejos de la realidad. La comunicación política de nuestro país se basa en el “y tú más”, el “yo no”, el “Virgencita, Virgencita que me dejen como estoy” y el “da igual, si no se van a enterar”. Eso ha funcionado durante mucho tiempo. Pero la crisis ha traído consigo algo bueno, y es el cabreo que se cuece en la calle y que se dirige contra los políticos, la monarquía y todo aquel que sigue usando herramientas de ayer para la realidad de hoy. Los políticos son trapecistas que caminan por una cuerda cada vez más fina, y en el foso está el pueblo, esperando a que caigan. Y esa clase política, en vez de frenar e intentar reinventarse, sigue adelante perdiendo el equilibrio a cada paso, cerrando los ojos y rezando por no caer.

Sólo así se explica que venga IU en Andalucía a decir que votaron a favor de subirse las dietas porque “no lo entendieron bien”. O que Ana Mato afirme que no sabía de dónde venía el dinero con el que se fue de viaje a Disneyland París. O que el PP califique como “error contable” los pagos a Blesa. O que la política autonómica, provincial y local en cada rincón de España repita a pequeña escala las pantomimas que vemos en el Congreso y el Senado.


No sé, quizá hace décadas sucedía lo mismo, pero al menos se curraban las excusas. Ahora no sólo nos expolian, que ya es grave, sino que además nos toman por imbéciles. Fingir incredulidad para evitar dar explicaciones. Esa es la comunicación política en la España del siglo XXI.