sábado, 7 de julio de 2012

La pataleta de López Obrador

No me gusta que Peña Nieto sea el nuevo presidente de México. No me gusta en absoluto. En este mismo blog escribí hace unos meses que un hombre como él debería estar desterrado del teatro político. Su incultura y su imagen artíficial me hacen pensar, como a mucha gente, que se trata de un muñeco colocado en primera línea para satisfacer oscuros intereses empresariales, entre ellos los de Televisa.


La telegenia ha llevado a Peña Nieto a la presidencia. Y por supuesto, este es un elemento que debe controlar cualquier candidato político. El problema empieza cuando dicha cualidad es llevada al extremo y no se complementa con ninguna otra virtud. El nuevo presidente de México es guapo, correcto e intenta ser educado aunque a veces no lo consigue. Conoce sus defectos y se pone a la defensiva cuando alguien los explota, mostrando una altivez que no me gusta un pelo.

Sin embargo la situación política, económica y social que vive México ha provocado que la población busque ante todo la seguridad. Y por supuesto, Peña Nieto promete que esa será su máxima. Se puso el traje de pragmático y prometió resultados a sus votantes. Resultados palpables, según él. Para ello renegó de las malas prácticas que tuvo el PRI (su partido) en el pasado (gobernó durante más de 70 años y fue acusado de emplear herramientas dictatoriales) al mismo tiempo que se cobijaba bajo la grandeza de su partido argumentando que sólo una estructura tan grande y poderosa como el PRI podría devolver la tranquilidad a México.


Así, muchos meses antes de las elecciones Peña Nieto partía con una ventaja aparentemente insalvable sobre sus perseguidores, Josefina Vázquez Mota del PAN por un lado y Andrés Manuel López Obrador del PRD por el otro. Especial atención requiere este último, hombre culto, experimentado, con buen verso e interesantes ideas políticas. Partía en tercer lugar en las encuestas y sin embargo consiguió adelantar por la derecha a Vázquez Mota para colocarse cerca de Peña Nieto en el sprint final. Pero le fue imposible alcanzar al gran favorito.

Nada que reprochar a López Obrador, por lo tanto, excepto dos cosas. La primera de ellas es que durante la campaña usó todas sus energías en sacar la mayor distancia posible a la candidata del PAN, olvidando que debía atacar a Peña Nieto. He echado de menos a un López Obrador que dejase en ridículo al actual presidente durante los debates electorales. Su verso habría destrozado el discurso preconcebido del candidato priísta. La segunda cosa que López Obrador no puede permitir es dejarse llevar por el dolor de la derrota, poner en duda la democracia en México (siempre muy cuestionada) y desestabilizar a un país que necesita reforzar la confianza en las instituciones cuanto antes.


La pataleta de López Obrador ha manchado su imagen y le perjudicará gravemente de cara a su papel en la oposición, que junto al PAN debe ser básico para evitar que Peña Nieto se propase. Si Peña Nieto resulta ser quien parece ser, un instrumento en manos de las grandes empresas mexicanas, y con el PAN de travesía por el desierto, López Obrador debe ser el único que verdaderamente defienda las peticiones del pueblo. Así que déjese de pataletas, don Andrés Manuel, y use la cabeza.

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