viernes, 20 de enero de 2012

La decisión del comandante

Todo lo que engloba a la política es institucional, pero no todo lo que es institucional engloba a la política. Al menos no directamente. Y como mi misión es hablar sobre aquello que atañe al ámbito político o institucional, el hundimiento del crucero Costa Concordia cerca de la isla de Giglio me ha dado la excusa perfecta para hacerlo.

Y es que, aunque pueda parecer que solo las decisiones políticas son las que pueden hacer rechinar los engranajes de la opinión pública, existen ciertas aspectos a nivel institucional que son capaces de crear más comentarios que un discurso de Rajoy.


Hablo de la decisión del comandante del crucero hundido de avisar con una hora de retraso a los equipos de rescate. Pongámonos por un momento en la piel de ese pobre hombre, que ve cómo por una mala decisión personal su enorme barco, con más de 4.000 personas a bordo puede irse a pique. Nada más chocar con la dichosa roca, y con un boquete en el caso de casi 70 metros en el casco, el comandante sabe que es hombre muerto. La compañía lo despedirá con total probabilidad ya que los daños materiales ocasionados al crucero son de un enorme valor económico. Eso es algo que el señor comandante ya no podía evitar.

Pero mientras se encontraba acodado en la barandilla del barco, observando lo que acababa de provocar, se le planteaban dos opciones. La primera de ellas era avisar a las autoridades para desalojar el barco inmediatamente. Otra era la de intentar llevar el crucero a la costa e intentar que todos los pasajeros pisaran tierra los más rápido posible, evitando así que los medios de comunicación hiciesen de aquello un circo.


El comandante apostó por la segunda opción. Una vez acabada su carrera profesional, al menos intentó que su reputación no se viera enormemente afectada y que se enterase de aquello la menor cantidad de gente posible. Si el barco lograba acercase a la isla y todos los pasajeros pisaban tierra sanos y salvos, los medios de comunicación solo tendrían el titular de que un crucero con más de 4.000 personas fue desalojado por precaución. Usando bien el arte de mentir, podrían incluso decir que fue una falsa alarma, y reparar posteriormente el boquete de 70 metros en secreto.

Pero del dicho al hecho, como decía mi madre, hay un trecho. A pesar de que el comandante intentó acercar al barco lo más posible a la isla, la situación era ya insostenible y una hora después del choque, se vio obligado a llamar urgentemente a los equipos de rescate. Probablemente fue presionado, en su ceguera, por el resto de la cúpula directiva del barco. Finalmente cedió pero con ello no evitó seis muertes, cientos de heridos y la enorme repercusión mediática que el hecho ha tenido. Y para colmo, este individuo abandonó el barco antes de que gran parte de los pasajeros fueran rescatados.


Es decir. El comandante provocó el choque con las rocas por una mala decisión personal, demoró la llegada de los servicios de rescate por una mala estrategia mediática, y para colmo abandonó a sus pasajeros, en contraste con el capitán del Titanic, que nunca lo hizo. La decisión institucional que tomó no pudo ser más errónea, y ahora conviene observar como la compañía enmienda errores y lleva a cabo una campaña para intentar atraer a los millones de potenciales pasajeros que seguramente hayan decidido no viajar con jamás en un crucero de la misma cadena. Probablemente todo empiece con una bajada de precios bestial.

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