martes, 6 de diciembre de 2011

Putin y su prisionera Rusia

El concepto de “democracia” ha quedado completamente obsoleto dentro del panorama político actual. A pesar de que son muchos los que siguen pensando que acudir a las urnas una vez cada cuatro años es una muestra de que el poder pertenece al pueblo, lo cierto es que son los mercados los que verdaderamente marcan el leitmotiv de la política mundial. En este sentido, y ciñéndome a los profesores de este máster, me encuentro más cerca de la crítica total de Ramón Reig que de la defensa de lo “menos malo” que expone Víctor Vázquez.

No obstante, aún podemos establecer ciertas divisiones dentro de esa pseudodemocracia en la que vivimos. Por un lado, existen países que mantienen una apariencia democrática (al menos de cara a los ciudadanos), mientras que por el otro han surgido naciones que ni siquiera se preocupan por salvaguardar su imagen en este aspecto.


Así, dentro de nuestra maltrecha Europa, Bielorrusia se englobaría en ese segundo grupo, en el que después de las elecciones del pasado fin de semana, se encuentra también Rusia, ya de forma definitiva. Y aunque es cierto que Papademos y Monti son la muestra de que en Grecia e Italia se ha cometido una violación democrática y una bajada de pantalones ante los mercados, los casos de los países que presiden Lukashenko y Putin son los más escandalosos. 

Vladimir Putin se mantuvo ocho años al frente del gobierno ruso. Pasado ese tiempo colocó a su delfín Medvedev al frente del ejecutivo y pasó a representar la figura de jefe de estado (he traducido los nombramientos políticos a los más comunes en occidente). En ese puesto aguantó pacientemente cuatro años, manejando indirectamente los asuntos de Rusia a través de Medvedev y postulándose para volver a dirigir el gobierno. Pues bien, las elecciones se han celebrado este fin de semana y Rusia Unida, el partido de Putin, ha logrado mantener la mayoría absoluta por la mínima.




Pero lo grave es la cantidad de tretas que ha diseñado el aparato político de Rusia Unida para luchar a toda costa por el objetivo de la mayoría absoluta. Ha formado grupos de individuos en las grandes ciudades que han luchado por votar tantas veces como fuese posible en cada circunscripción; ha bloqueado las informaciones de los medios de comunicación acerca de los pucherazos que se estaban cometiendo; ha hecho uso de la fuerza para disolver las manifestaciones que denunciaban la dantesca violación de la ley electoral rusa; y para colmo, ha usado a la policía como herramienta para llevar a cabo esta serie de irregularidades.

De todo esto cabe destacar el flagrante boicot cometido contra los medios de comunicación del país. Se ha llevado a cabo una verdadera censura contra los informadores que pudieran desestabilizar la campaña de Putin. Pero no es la primera vez que se atenta contra los periodistas rusos y en la memoria de todos quedará para siempre la más que sospechosa muerte de Anna Politkovskaya. El conflicto checheno parece un tema completamente vetado por las autoridades, que hacen pagar muy caras las informaciones sobre las injusticias que se cometen en la región a los periodistas.




No parece que el futuro a corto y medio plazo de Rusia vaya a mejorar. De hecho, la legislatura del nuevo gobierno será ahora de cinco años en vez de cuatro, un cambio impulsado por Vladimir Putin, que se sabía ganador. Además, el partido comunista y el socialdemócrata han quedado demasiado lejos de Rusia Unida, y su falta de entendimiento incluso habría dificultado un posible pacto entre ambos partidos en el supuesto de que Putin no hubiese conseguido la mayoría absoluta. 

Se cumplen 20 años desde que Yelstin propiciase la desintegración de la URSS ante la mirada impotente de Gorbachov, y parece que la corrupción y las malas costumbres democráticas seguirán siendo una constante dentro de la Rusia de Putin.

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