viernes, 5 de julio de 2013

Democracia selectiva

“Esto no es una toma de poder, estamos colocando la revolución de nuevo en el camino correcto”, se escuchaba ayer en la plaza de Tahrir tras el golpe de estado militar que depuso de su cargo al presidente de Egipto, Mohamed Mursi. Éste, que fue elegido democráticamente hace más de un año con un 51% de los sufragios, se ha enfrentado a multitud de protestas procedentes de los sectores laicos del país debido a sus medidas religiosas, al fracaso económico y a la escalada de poder de los Hermanos Musulmanes, organización islámica de la que Mursi forma parte.

“La revolución no debe seguir este camino”, se insistía en Tahrir, y tras el golpe de estado parece que se reencauzará según los planteamientos laicos. El problema es el siguiente: en la revolución también participaron los Hermanos Musulmanes y tras ésta fueron ellos los que se alzaron con el poder legítimamente. De modo que, ¿quién decide que la revolución correcta debe ser laica? ¿Si la mayoría del pueblo apuesta por ello, por qué no puede convertirse Egipto en un país islámico?. “A esto se le llama democracia selectiva”, apuntaba Mursi. Y no le falta razón.


Desde el punto de vista occidental cuesta alinearse con un golpe de estado. Porque, no seamos hipócritas, lo sucedido el miércoles en Egipto lo es. Sin embargo, el miedo a que el islamismo llegue al poder nos hace dudar. El problema es que no somos nosotros los que debemos decidir, sino Egipto. Y allí ya decidieron.

Difícilmente veremos a líderes políticos europeos condenar este golpe de estado. Ni locos se asociarán con los islamistas. Tampoco parece que vayan a respaldar a los militares puesto que de hacerlo refrendarían que fuesen las protestas sociales las que marcasen cuál es el camino. Y de ser así, en España podríamos asimismo llegar a la conclusión de que Rajoy no es nuestro camino. ¿Cómo podría entonces Floriano pedir que se respetase la democracia en nuestro país si ellos mismos respaldasen el golpe de estado en Egipto?. Cómo bien afirmaba Luz Gómez en El País, “o se secuestra definitivamente la democracia, y eso previo derramamiento masivo de sangre, o habrá que dejar que los islamistas gobiernen en Egipto. Son las urnas las que ponen y quitan presidentes y gobiernos. Olvidarlo siempre sale caro”.


¿Es necesario que militares y manifestantes se alíen para expulsar a los islamistas del poder? ¿Qué vendrá después? ¿Es preferible un régimen parecido al anterior para reprimir las aspiraciones religiosas radicales, aunque ello implique una completa falta de libertad? Parece una contradicción que Tahrir exigiese libertad a Mubarak y que ahora sea la propia revolución la que impida que los Hermanos Musulmanes lleven a cabo aquello que se concretó en unas elecciones libres. Lo cierto es que ambos bandos parecen condenados a enfrentarse tras el golpe de estado, a no ser que se reprima a los extremistas, lo que atentaría totalmente contra el espíritu de la revolución.

Lo que parece claro es que Tahrir ni puede ni debe decidir de manera anárquica qué viraje debe llevar a cabo Egipto. Pero los islamistas tampoco se pueden permitir ignorar al numeroso sector laico egipcio. La solución es tan sencilla como difícil de llevar a la práctica: el islamismo moderado. Pero estas dos palabras siembran dudas. ¿Puede moderarse el islamismo? ¿Cómo se relajan las creencias religiosas? Como podéis comprobar, existen más preguntas que respuestas. Y ese es el origen del problema.

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