Al fin, Egipto gozó de elecciones libres y los Hermanos Musulmanes, con Mohamed Morsi a la cabeza, asumieron la gestión del país. Así lo quiso el pueblo, no había debate posible acerca de su legalidad. Y fue a partir de ese momento cuando nuestros puntos de vista, que tan claros parecían, comenzaron a enredarse. Ver a islamistas gobernar un país no nos daba buena espina. Sin embargo, los Hermanos Musulmanes habían luchado contra Mubarak y contra el ejército egipcio, por lo que asumimos que estaban de nuestro lado. ”Enemigos de la dictadura-amigos nuestros”, pensamos, y dimos nuestra aprobación.
Pero poco a poco comenzaron a llegar noticias que no nos gustaban. Morsi parecía propasarse y adoptó medidas basadas en la ley Sharia. Los islamistas, que habían alcanzado el poder democráticamente, comenzaba a comportarse de manera contraria al estado de derecho, o al menos eso leíamos en los periódicos. Así, comenzaron de nuevo las protestas, y el ejército se alineó con los manifestantes, dando un ultimátum a Morsi. O dimitía, o los militares actuarían. A esas alturas, emitir una opinión formada sobre Egipto no sólo resultaba complicado, sino también contradictorio. Nuestro primer impulso era apoyar de nuevo a la multitud que se manifestaba en la Plaza Tahrir. Por el contrario, era cierto que Morsi era el presidente electo y que el ejército, del que aún desconfiábamos, debería respetar lo que dictaron las urnas.
Pero poco a poco comenzaron a llegar noticias que no nos gustaban. Morsi parecía propasarse y adoptó medidas basadas en la ley Sharia. Los islamistas, que habían alcanzado el poder democráticamente, comenzaba a comportarse de manera contraria al estado de derecho, o al menos eso leíamos en los periódicos. Así, comenzaron de nuevo las protestas, y el ejército se alineó con los manifestantes, dando un ultimátum a Morsi. O dimitía, o los militares actuarían. A esas alturas, emitir una opinión formada sobre Egipto no sólo resultaba complicado, sino también contradictorio. Nuestro primer impulso era apoyar de nuevo a la multitud que se manifestaba en la Plaza Tahrir. Por el contrario, era cierto que Morsi era el presidente electo y que el ejército, del que aún desconfiábamos, debería respetar lo que dictaron las urnas.
Pero no fue así. Los militares llevaron a cabo un golpe de estado (a pesar de que Occidente quiera disfrazarlo con otros términos), detuvo a Morsi y comenzó una represión salvaje contra los islamistas. Partidarios de los Hermanos Musulmanes protestaron activamente, de nuevo en la Plaza Tahrir, y en esta ocasión ya no supimos si lo correcto era apoyar a los manifestantes y exigir que se reinstaurara lo que se había elegido democráticamente, o bien permitir que un golpe de estado marcase unas pautas más justas, con todo lo que saltarse las reglas del juego implica.
Ahora, cuando veo cientos de muertos por las calles de Egipto, me pregunto de qué lado estoy. Y definitivamente ya no sé qué pensar.
Ahora, cuando veo cientos de muertos por las calles de Egipto, me pregunto de qué lado estoy. Y definitivamente ya no sé qué pensar.